...escribir empieza cuando ya has olvidado qué es lo que te asustaba, pero aún tienes miedo.

sábado, 22 de febrero de 2014

Nada sabe igual.

Se quedó hasta tarde, sentado en aquella mecedora, tapado con su manta a cuadros rojos y verdes, con la televisión encendida sin hacerle apenas caso. La soledad se le incrustaba en el pecho como si le estuvieran clavando cien puñales. Los maullidos de aquel gato negro cada vez eran más acentuados y aumentaban por segundo. La noche estaba despejada, apenas hacía frío. Pero su ausencia hacía que él si lo tuviera. Era de esas noches en que te entra el bajón y no sabes por qué. "Qué frío y qué mierda de soledad" dijo. A veces hablaba sólo, pero no estaba loco, al contrario. Locura era todo lo que podría llegar a hacer por Eme. Pero ya es tarde, se quedó con las ganas y ahora no sabe que hacer con ellas. Eso mismo le pasa con el tiempo, no sabía que hacer con él, y llegó un momento en que miró atrás, y pensó en todas las cosas que pudo hacer y no hizo. Pero eso ya es otro rollo. Creo que esperamos demasiado, y ponemos demasiadas excusas. Cierto día porque hacía tanto viento que teníamos que cerrar las ventanas, y otro día, quizás, porque ya era tarde y la puerta tenía que estar cerrada. Y ahora no sabe como decirle que tiene frío por las noches, y que los cigarros no saben igual si no es en su compañía. Que nada sabe igual. Tampoco quiere acostumbrarse a la espera, sabe que esperar es como callarse. Comprende que es otra forma de morir. Y es que cómo la echa de menos no hay en el mundo una tortura igual. Sólo necesita un: "Cariño, estoy aquí, vengo a salvarte." Difícil, ¿no? Soñar es gratis, y la realidad cara.